Hace poco, trabajando con un equipo de referentes, surgió una pregunta: ¿cómo abordar una conversación difícil con un colaborador? Mi primera respuesta, a quien trajo la inquietud, fue devolverle una pregunta: ¿qué lo hace difícil para ti? La contestación giró entorno a la reacción que suponía que tendría su interlocutor: sería compleja y seguramente habría conflicto. Enseguida pregunté si los demás de la reunión, alrededor de 25 personas, tenían una opinión diferente. Las respuestas fueron unánimes: todos los que participaron, en mayor o menor medida, coincidían en lo complicado de la reacción y pensaban que eso hacía que se postergara.
Le pedí a la líder que planteó la situación que cerrara los ojos y respirara un momento de manera profunda. Le pedí que se conectara con su corazón, con su bondad, con su parte más amorosa. Luego, la orienté para que se conectara con los aspectos buenos de la persona en cuestión; con lo que apreciaba, que lo hacía único. Posteriormente, le pedí que abriera los ojos y abordara la conversación desde el paradigma y disposición de "te quiero ayudar’’ y no desde ‘’te quiero arreglar’’.
Desde este nuevo paradigma, y conectada con lo que más valoraba de esa persona, le pregunté qué frases le saldrían naturalmente, sin miedos, y sin pensar en lo difícil de la situación, para abordar la conversación. Al unísono varias respuestas sonaron en el ambiente: hablar del aprecio, hablar de lo importante que es en el equipo... Preguntar, averiguar con interés sincero más sobre el cambio de actitud que estaba mostrando, con ganas de entender para ayudar, no para confirmar lo que está mal. ¿Desde este lugar te resulta difícil la conversación? Esa fue ultima pregunta que le acerqué.
La intención y disposición con la que hacemos las cosas hace que las conversaciones sean difíciles o no. Lo cambia todo. Conversemos primero con nosotros mismos. Depurémonos, para poder conversar con el otro. Un líder está al servicio de los otros, por eso los otros lo siguen.
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