Distinguir para poder corregir, esta es una máxima del Coaching Ontológico. Plantea que si me doy cuenta de que estoy haciendo algo mal, o que no me favorece, tengo la posibilidad de cambiarlo.
Esto funciona siempre que tenga la voluntad de hacerlo, claro. Pero lo cierto es que si no lo distingo, si no lo veo, nunca voy a poner mi energía en marcha para intentar ese cambio. Lo que no distingo, no existe; tan sencillo como eso. En este artículo nos vamos a enfocar en distinguir si estamos siendo o no efectivos en nuestras conversaciones.
El costo de conversar improductivamente
Conversar a veces se torna difícil, sobre todo cuando la otra persona piensa diferente a ti y en un tema que les interesa a ambos. A mí me gusta hablar de conversación más que de comunicación, porque conversar apela a que surja un resultado productivo en esa ida y vuelta entre los hablantes.
Cuando conversamos lo hacemos con un objetivo más o menos claro: pasar un buen rato, conocernos más, fortalecer la relación, llegar un acuerdo, coordinar una acción, etc.
Sin embargo, hay conversaciones que son estériles porque no conducen a nada. Y el resultado se convierta en una bomba que nos estalla en la cara. A veces, a pesar de empezar bien, y con el objetivo en la mente, la conversación va escalando en intensidad emocional y se desvía sin que los hablantes logren encausarla, perdiendo de vista el para qué de esa conversación. Todos hemos vivido esta experiencia, es frustrante, lastimosa, la relación se entorpece y termina siendo peor que antes de conversar. La sensación de incomprensión y rabia nos invade. Desperdicio por donde se lo mire.
Sin embargo, seguro que cuando quisimos conversar con esa persona, queríamos conseguir algo, como alguno de los ejemplos antes mencionados. Lejos de haberlo logrado, la conversación se distorsionó de tal manera que fue peor el remedio que la enfermedad, como dice el dicho.
Una conversación de calidad no quiere decir que lleguemos a un acuerdo necesariamente, pero sí que el intercambio sea rico para las partes y, como consecuencia de ella, nos ayude a conocernos y respetarnos más, a ganar nuevos puntos de vista, a llegar un escenario favorable para ambos y a crecer como personas en la dialéctica del intercambio. Ya te imaginarás el impacto que tendría en tu vida el poder reducir el porcentaje de conversaciones improductivas, como las que vamos a detallar.
Te presento a continuación 3 conversaciones improductivas en las que todos caemos en mayor o menor medida para que puedas distinguirlas en caso de caer en ellas:
1. La conversación para tener razón
2. La conversación del ‘’¿qué pasó?”
3. Las conversaciones con fantasmas
1. La conversación para tener razón
Cuando aparece este tipo de conversación, aunque sea en uno de los hablantes, rápidamente la contraparte toma una postura equivalente. Esto es un principio sistémico. Las posturas en las conversaciones siguen este principio, hay una danza en la cual los hablantes se influyen. Si uno se pone duro, el otro toma alguna de estas posturas: se endurece o se encierra. Si uno se muestra débil, y no muestra su pensamiento quizá por miedo o dominancia de su interlocutor, el otro se fortalece en su razón y se queda únicamente con su versión.
Ambas posiciones son inútiles para avanzar en cualquier tema. Si la conversación se endurece, los hablantes defienden su postura, nadie escucha, cada uno se queda en su posición.
Si la conversación no esta balanceada y alguno de los hablantes la domina, y el otro se encierra, no hay conversación franca, puede que se alcance un acuerdo ficticio, pero los resultados no se dan.
En ambas posiciones se afecta tanto la relación, como los resultados materiales. Lo que tienen en común es que no hay verdadero intercambio.
¿Como salir de ella?
Distinguir que la conversación entró en la zona estéril de conversar para tener razón es fundamental, porque podes reencauzar la conversación comentándole a tu interlocutor que lo que notas, luego de varios minutos; es que ambos están hablando sin escucharse. Podés en este punto liderar la conversación con una disposición de mayor apertura hacia tu interlocutor, para influir con tu actitud en la apertura de tu interlocutor, o acordar postergarla para un momento en que estén más abiertos.
2. La conversación del "¿qué pasó?”
A veces la conversación se centra en lo que pasó, donde los hablantes entran en discrepancia. Si bien esta conversación puede ser parte necesaria de un intercambio productivo, para aclarar y entenderse, y trazar el futuro, muchas veces se centra en acusaciones reciprocas y ahí nos quedamos petrificados. Es una conversación estéril, porque los hablantes repasan lo que pasó sin ganas de mirar al futuro, repasando la misma escena una y otra vez. Las acusaciones y el victimismo pasa de un hablante al otro y el echarse en cara o defenderse domina la escena. Las emociones están al mando de manera desenfrenada. Es una variante de la conversación para tener razón, pero basada en experiencias entre los hablantes que afectaron la relación: dejó una huella en ella, hay desconfianza.
¿Cómo salir de ella?
Como en la anterior: si uno de los hablantes distingue el juego que están llevando a cabo entre ambos. Dándonos cuenta de que así no se avanza y que nos estamos empantanando. Algunas preguntas y comentarios que pueden servir: ¿Cómo resolvemos esta situación? ¿Cómo podemos evitar esto a futuro? Dejemos de echarnos la culpa y busquemos la solución a este tema. Tenemos un problema que resolver y conversando así no lo estamos abordando. Claro que para formular esto se requiere una apertura emocional de parte de alguno de los hablantes. Es romper el circuito tóxico que se armó y generar otro más efectivo. Por eso, muchas veces explicitar sin culpar que la conversación se está estancado en el pasado puede arrojar un paño tibio para empezar el verdadero diálogo. Resolver esta conversación es estratégico porque no hacerlo puede implicar futuros conflictos para esa relación.
3. La conversación con fantasmas
Puede ocurrir que las conversaciones con algunas personas, sobre todo para coordinar acciones, sean una gran lucha: ya sea un compañero, un colaborador, un jefe, proveedor, etc. Cuando querés conversar con esa persona todo parece trancarse, las iniciativas se rebotan sin mucho análisis... ¿Te ha ocurrido?
Cuando esto te pase, no importa el tema que quieras coordinar o tratar con esa persona, es que en realidad está conversando con un “fantasma”. En esa relación seguramente hay temas ocultos que no están apareciendo en alguna de las partes. A eso le llamamos fantasmas, porque no salen a la luz, pero están presentes entorpeciendo el poder ponerse de acuerdo. El fantasma no se suele percibir, pero sí sus efectos. Cuando estés en este tipo de situación, no te dejes llevar por el enojo: busca desvelar qué está ocurriendo, sacar a la luz el fantasma. Puede ser un resentimiento por algo que ocurrió contigo o con la organización, algo del pasado que ha experimentado la persona que le dejo una huella tan grande que lo hace poner a la defensiva.
¿Cómo salir de esa conversación improductiva?
Dirigiendo su conversación a una conversación diferente, más profunda y también más valiente. Esto implica: conversar sobre cómo estamos conversando. Quizá requiera hacerla en otro momento, dependiendo del estado de ánimo presente. Preguntas como estas pueden abrirnos caminos: ¿qué nos pasa que no podemos llegar a acuerdos en este tema y en otros temas?, ¿hay algo que debamos conversar que es importante para ti? O hacer un chequeo de si alguna situación vivida está influyendo en las conversaciones. Solamente cuando aparezca el fantasma y se hable sobre él es que se va a resolver un conflicto oculto.
Espero que este post te haya resultado interesante y sobre todo útil.
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Un abrazo,
Margarita
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